Conscientes que los tiempos han cambiado, desde ARTIST hemos redefinido también el concepto de «Feria de Arte», aproximando al artista y su obra al públicoen un escenario donde desaparecen las barreras de intermediación tradicionales del mercado del arte. Un escenario que recupera el protagonismo del artista y que facilita su cercanía al espectador. Un modelo revolucionario de auto-representación para alcanzar uno de los objetivos de la Feria: ARTE SIN LIMITES.

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Olga Sinclair

Hablar de la pintura de Olga Sinclair es hablar de su vida misma. Desde muy pequeña, su padre, Alfredo Sinclair, en vez de obsequiarla con muñecas, le regaló pinceles y un millón de colores.

Olga nace y crece en un mundo creativo: el taller de pintura de su padre. Respira el olor de los óleos, de la goma dammar, de la trementina y de los barnices; y es ahí donde descubre su primer amor, ese amor que nunca se olvida, esa pasión a la que ha sido fiel hasta el presente: la pintura.

La artista nos cuenta las charlas que mantenía con su padre por las noches sobre los grandes maestros de la pintura y que más tarde habían de marcar su obra. Pablo Picasso, Juan Gris, Giorgio Morandi, Diego Velázquez o Francis Bacon, entre muchos más, eran analizados por ambos para desentrañar sus técnicas pictóricas, sus composiciones, su luz.

En sus inicios como artista, como todos los grandes pintores, ejecuta obras académicas y formales. Más tarde, aconsejada por su padre, experimenta y rompe con esquemas preconcebidos; él la anima a encontrar su propio camino superando todas las dificultades técnicas como artista, como mujer artista en un mundo principalmente masculino.

Su formación se inició en su Panamá amado, pero poco a poco es consciente de que ese mundo la limita y que necesita ampliar sus horizontes, conocer otras costumbres, otras técnicas y otros lenguajes expresivos. Y sobre todo, persigue educar la mirada, y necesita conocer la pintura occidental a fondo.
En esos tiempos, las reproducciones fotográficas son la única documentación visual y su calidad de resolución dista mucho de la actual.

En 1976 estudia en Madrid y se embelesa contemplando las obras de los grandes maestros de la pintura española. Devora visualmente el Museo del Prado en innumerables visitas. Los claro oscuros de Goya, las pinceladas de Velázquez, de Brueghel o de Tiziano, sus formas de componer y sus paletas de color, todo ello es mirado con pasión por Olga Sinclair para apropiarse de su esencia.

Continúa sus estudios en Londres donde conoce la obra de Francis Bacon, al que admira profundamente, y queda impresionada por esos trazos libres y violentos del artista. Olga explica que este conocimiento le marcará profundamente para el resto de su vida y tendrá un gran impacto en su técnica.

Reside por cortos periodos de tiempo en Holanda, donde tiene la oportunidad de deleitarse con los intimistas pintores flamencos: Vermeer, Durero y Rembrandt; este es otro impacto estético en el que el refinamiento burgués y la técnica depurada le muestran una concepción gozosa e intimista de la composición y del color.

Los cuadros que presenta en esta exposición poseen capas sobrepuestas de texturas y colores, historias interminables que se repiten, que nos advierten, que nos conmueven; siempre en movimiento, siempre cambiantes. Olga es una artista líquida que está innovando en todo momento, no le importa deshacerse de una fórmula segura, de una comercialización fácil; ella fluye, se arriesga, no nos da respuestas, no predica verdades absolutas, no nos ofrece una guía. Olga nos da plena libertad para formular nuestras propias interpretaciones.

Por otra parte, su gran técnica académica la convierte en una artista rigurosa  en permanente evolución que se reinventa sin ningún miedo ni temor. Su gran memoria visual acumulada -los diferentes países en los que ha vivido, tan dispares entres sí: Panamá, Bolivia, Holanda, España o Indonesia- se verá reflejada en  su producción, estimulando la creación de versiones enigmáticas de temas cotidianos que envuelve en hipérbolicas espirales de color y pinceladas fuertes y violentas a la manera de  Bacon, en un torbellino de pasión.

En esta exposición, sus cuadros están envueltos en un entorno poético de texturas y pinceladas gestuales propias del lenguaje de la abstracción. La fuerza de su pincelada, aparentemente delicada  pero decidida y feroz a la vez, nos muestra a una mujer que ha tenido que reconstruirse una y otra vez en este mundo líquido y difícil que siempre logra reconquistar.

En todas sus creaciones, la luz y el movimiento son los elementos fundamentales. Los colores, prístinos, limpios y luminosos parece que fluyen como el agua y se desbordan por el cuadro de una forma arrebatada. El movimiento entre los claroscuros  y  las espirales imposibles  nos  trasmite la sensación de expandirse más allá de los límites físicos del lienzo.

Academia y libertad compositiva, aparentemente contradictorias, se unen en composiciones equilibradas. Los temas íntimos son entrelazados con cuestiones universales. Su postura presente frente a la vida y frente a este futuro incierto y desconocido es lo que Olga Sinclair expone en el MuVIM y nos lo cuenta como ella sabe: con sus cuadros, sus dibujos y su alegría de vivir.